Un mal día para soltar amarras.
Publicado el prólogo, ésta debería ser la primera página, en blanco y a estrenar del nuevo diario de navegación.
Y si bien es verdad que aún no nos habíamos marcado un rumbo fijo, tampoco pretendíamos alcanzar tan pronto el corazón de las tinieblas. Aún cuando como el viejo Marlow, también nosotros persiguiésemos un viejo sueño de la infancia.
Por el momento, y para empezar, sólo pensábamos seguir con timidez nuestra propia estela. Ya que limitándonos exclusivamente a observar las señales de la naturaleza, todo parecía augurarnos una travesía sin demasiados contratiempos. Hasta donde nos alcanzaba la vista, e incluso la imaginación, el mar parecía mantenerse a raya -si por mantenerse a raya entendemos permanecer al acecho, agazapado bajo la línea del horizonte-; y hasta el astro rey asomaba tímidamente su dorada coronilla por levante, cálido, como el abrazo de un niño.
Había llegado el momento. Nos disponíamos a levar anclas mientras implorábamos a una imaginaria rosa de los vientos que siguiese soplando a nuestro favor, y quizá, quién sabe, hasta llegase a alcanzarnos una ráfaga leve y perdida, de cierto entusiasmo que nos impulsara.
Pero antes de zarpar a Campanilla le han cortado sus ya muy deterioradas alas. Nos llega el aviso de que miles de niños perdidos, quizá buscando una cueva de Aladino donde esconderse, se encuentran atrapados en Bagdad. 
Tres, al parecer no tan raros, especímenes de adultos enloquecidos los persiguen empecinados en arrebatarles la niñez. Ojalá a ellos tres, como a Garfio, los acose a su vez el tiempo; un tiempo breve y cruel, hasta atraparlos.
Esta nave retrasa su partida, mientras la tripulación enciende una vela por cada uno de esos niños Irakíes.
Ojalá consigan seguir perdidos.
:: lamaga
20:35 ::
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